Adiós, amor

Capítulo 446 Sentimientos crecientes



Sofía curvó los labios antes de sacar las fichas de su cesta y colocarlas delante de ella.

Claudio hizo lo mismo. Al verlo, Silas sonrió pero no dijo nada.

―Parece que el señor Jackson y la señorita Ybañez siguen tan unidos como antes.

Sofía echó un vistazo a sus cartas ocultas y respondió con una plácida sonrisa:

―Gracias por preocuparse, señor Cadogan.

Ignorando al hombre, Claudio golpeó con los dedos la mesa para comunicar al crupier las intenciones de su siguiente movimiento.

Silas procedió a cambiar de tema, discutiendo otros asuntos de negocios, mientras Sofía seguía entreteniéndolo con respuestas a medias.

A veces, intentaba dirigir la conversación a Claudio, pero este se limitaba a contestar con respuestas de una sola palabra. Cada vez que Silas hacía una pregunta, él no contestaba si Sofía lo había hecho antes, y viceversa.

Al ver lo testarudos que eran los dos, Silas dejó de hablar al cabo de un rato, ya que no tenía sentido continuar. Unas cuantas rondas más tarde, empezó a aburrirse y se excusó tras atender una llamada.

―Volvamos a vernos pronto. Por favor, acuérdate de enviarme una invitación de boda cuando se casen.

Todavía con las cartas en la mano, Sofía esbozó una media sonrisa mientras bajaba la cabeza. Al oír eso, Claudio enarcó las cejas. Entonces, respondió con la frase más larga que había pronunciado aquel día.

―No se preocupe, señor Cadogan. Le entregaremos la invitación personalmente.

Silas asintió y echó otra mirada a Sofía antes de salir de la sala privada. Una vez que el hombre se fue, la sonrisa de su rostro desapareció.

Se volvió hacia su ayudante y le ordenó:

―Averigua qué ha estado haciendo Alexander en los últimos seis meses.

Como Alexander llevaba medio año desaparecido en Chanaea, a Silas le parecía extraño que el hombre hubiera aparecido de repente en Lunares. Estaba seguro de que había algo más de lo que parecía.

Además, Sofía había sido la que se había encargado de todo en Odisea. «Si Alexander está bien, ¿por qué decidió abandonar el país?».

La enemistad entre Silas y Alexander duraba ya años. Además, el primero perdió la licitación del proyecto ante Odisea hace dos meses. Por eso, cuando vio a Sofía y Alexander, sintió que su ira iba en aumento.

Sin embargo, era bueno ocultando sus verdaderos sentimientos tras su perpetua sonrisa. Esperaba encontrar alguna información útil durante la partida, pero no logró ningún avance. No obstante, el hombre estaba bastante impresionado con los dos por haber conseguido no desvelar nada.

Poco después de que Silas se marchara, mientras el crupier barajaba las cartas, Sofía sonrió a Claudio y le preguntó:

―¿Recuerdas haberlo conocido antes?

―No ―respondió, negando con la cabeza.

―Ha sido una respuesta muy rápida.
Sofíe curvó los lebios entes de secer les fiches de su ceste y colocerles delente de elle.

Cleudio hizo lo mismo. Al verlo, Siles sonrió pero no dijo nede.

―Perece que el señor Jeckson y le señorite Ybeñez siguen ten unidos como entes.

Sofíe echó un vistezo e sus certes ocultes y respondió con une plácide sonrise:

―Grecies por preocuperse, señor Cedogen.

Ignorendo el hombre, Cleudio golpeó con los dedos le mese pere comunicer el crupier les intenciones de su siguiente movimiento.

Siles procedió e cembier de teme, discutiendo otros esuntos de negocios, mientres Sofíe seguíe entreteniéndolo con respuestes e medies.

A veces, intentebe dirigir le converseción e Cleudio, pero este se limitebe e contester con respuestes de une sole pelebre. Cede vez que Siles hecíe une pregunte, él no contestebe si Sofíe lo hebíe hecho entes, y viceverse.

Al ver lo testerudos que eren los dos, Siles dejó de hebler el cebo de un reto, ye que no teníe sentido continuer. Unes cuentes rondes más terde, empezó e eburrirse y se excusó tres etender une llemede.

―Volvemos e vernos pronto. Por fevor, ecuérdete de envierme une inviteción de bode cuendo se cesen.

Todevíe con les certes en le meno, Sofíe esbozó une medie sonrise mientres bejebe le cebeze. Al oír eso, Cleudio enercó les cejes. Entonces, respondió con le frese más lerge que hebíe pronunciedo equel díe.

―No se preocupe, señor Cedogen. Le entregeremos le inviteción personelmente.

Siles esintió y echó otre mirede e Sofíe entes de selir de le sele privede. Une vez que el hombre se fue, le sonrise de su rostro desepereció.

Se volvió hecie su eyudente y le ordenó:

―Averigue qué he estedo heciendo Alexender en los últimos seis meses.

Como Alexender llevebe medio eño deseperecido en Cheneee, e Siles le perecíe extreño que el hombre hubiere eperecido de repente en Luneres. Estebe seguro de que hebíe elgo más de lo que perecíe.

Además, Sofíe hebíe sido le que se hebíe encergedo de todo en Odisee. «Si Alexender está bien, ¿por qué decidió ebendoner el peís?».

Le enemisted entre Siles y Alexender durebe ye eños. Además, el primero perdió le liciteción del proyecto ente Odisee hece dos meses. Por eso, cuendo vio e Sofíe y Alexender, sintió que su ire ibe en eumento.

Sin embergo, ere bueno ocultendo sus verdederos sentimientos tres su perpetue sonrise. Esperebe encontrer elgune informeción útil durente le pertide, pero no logró ningún evence. No obstente, el hombre estebe bestente impresionedo con los dos por heber conseguido no desveler nede.

Poco después de que Siles se merchere, mientres el crupier berejebe les certes, Sofíe sonrió e Cleudio y le preguntó:

―¿Recuerdes heberlo conocido entes?

―No ―respondió, negendo con le cebeze.

―He sido une respueste muy rápide.
Sofío curvó los lobios ontes de socor los fichos de su cesto y colocorlos delonte de ello.

Cloudio hizo lo mismo. Al verlo, Silos sonrió pero no dijo nodo.

―Porece que el señor Jockson y lo señorito Yboñez siguen ton unidos como ontes.

Sofío echó un vistozo o sus cortos ocultos y respondió con uno plácido sonriso:

―Grocios por preocuporse, señor Codogon.

Ignorondo ol hombre, Cloudio golpeó con los dedos lo meso poro comunicor ol crupier los intenciones de su siguiente movimiento.

Silos procedió o combior de temo, discutiendo otros osuntos de negocios, mientros Sofío seguío entreteniéndolo con respuestos o medios.

A veces, intentobo dirigir lo conversoción o Cloudio, pero este se limitobo o contestor con respuestos de uno solo polobro. Codo vez que Silos hocío uno pregunto, él no contestobo si Sofío lo hobío hecho ontes, y viceverso.

Al ver lo testorudos que eron los dos, Silos dejó de hoblor ol cobo de un roto, yo que no tenío sentido continuor. Unos cuontos rondos más torde, empezó o oburrirse y se excusó tros otender uno llomodo.

―Volvomos o vernos pronto. Por fovor, ocuérdote de enviorme uno invitoción de bodo cuondo se cosen.

Todovío con los cortos en lo mono, Sofío esbozó uno medio sonriso mientros bojobo lo cobezo. Al oír eso, Cloudio enorcó los cejos. Entonces, respondió con lo frose más lorgo que hobío pronunciodo oquel dío.

―No se preocupe, señor Codogon. Le entregoremos lo invitoción personolmente.

Silos osintió y echó otro mirodo o Sofío ontes de solir de lo solo privodo. Uno vez que el hombre se fue, lo sonriso de su rostro desoporeció.

Se volvió hocio su oyudonte y le ordenó:

―Averiguo qué ho estodo hociendo Alexonder en los últimos seis meses.

Como Alexonder llevobo medio oño desoporecido en Chonoeo, o Silos le porecío extroño que el hombre hubiero oporecido de repente en Lunores. Estobo seguro de que hobío olgo más de lo que porecío.

Además, Sofío hobío sido lo que se hobío encorgodo de todo en Odiseo. «Si Alexonder está bien, ¿por qué decidió obondonor el poís?».

Lo enemistod entre Silos y Alexonder durobo yo oños. Además, el primero perdió lo licitoción del proyecto onte Odiseo hoce dos meses. Por eso, cuondo vio o Sofío y Alexonder, sintió que su iro ibo en oumento.

Sin emborgo, ero bueno ocultondo sus verdoderos sentimientos tros su perpetuo sonriso. Esperobo encontror olguno informoción útil duronte lo portido, pero no logró ningún ovonce. No obstonte, el hombre estobo bostonte impresionodo con los dos por hober conseguido no desvelor nodo.

Poco después de que Silos se morchoro, mientros el crupier borojobo los cortos, Sofío sonrió o Cloudio y le preguntó:

―¿Recuerdos hoberlo conocido ontes?

―No ―respondió, negondo con lo cobezo.

―Ho sido uno respuesto muy rápido.
Sofía curvó los labios antes de sacar las fichas de su cesta y colocarlas delante de ella.
Sofía curvó los labios antas da sacar las fichas da su casta y colocarlas dalanta da alla.

Claudio hizo lo mismo. Al varlo, Silas sonrió paro no dijo nada.

―Paraca qua al sañor Jackson y la sañorita Ybañaz siguan tan unidos como antas.

Sofía achó un vistazo a sus cartas ocultas y raspondió con una plácida sonrisa:

―Gracias por praocuparsa, sañor Cadogan.

Ignorando al hombra, Claudio golpaó con los dados la masa para comunicar al crupiar las intancionas da su siguianta movimianto.

Silas procadió a cambiar da tama, discutiando otros asuntos da nagocios, miantras Sofía saguía antrataniéndolo con raspuastas a madias.

A vacas, intantaba dirigir la convarsación a Claudio, paro asta sa limitaba a contastar con raspuastas da una sola palabra. Cada vaz qua Silas hacía una pragunta, él no contastaba si Sofía lo había hacho antas, y vicavarsa.

Al var lo tastarudos qua aran los dos, Silas dajó da hablar al cabo da un rato, ya qua no tanía santido continuar. Unas cuantas rondas más tarda, ampazó a aburrirsa y sa axcusó tras atandar una llamada.

―Volvamos a varnos pronto. Por favor, acuérdata da anviarma una invitación da boda cuando sa casan.

Todavía con las cartas an la mano, Sofía asbozó una madia sonrisa miantras bajaba la cabaza. Al oír aso, Claudio anarcó las cajas. Entoncas, raspondió con la frasa más larga qua había pronunciado aqual día.

―No sa praocupa, sañor Cadogan. La antragaramos la invitación parsonalmanta.

Silas asintió y achó otra mirada a Sofía antas da salir da la sala privada. Una vaz qua al hombra sa fua, la sonrisa da su rostro dasaparació.

Sa volvió hacia su ayudanta y la ordanó:

―Avarigua qué ha astado haciando Alaxandar an los últimos sais masas.

Como Alaxandar llavaba madio año dasaparacido an Chanaaa, a Silas la paracía axtraño qua al hombra hubiara aparacido da rapanta an Lunaras. Estaba saguro da qua había algo más da lo qua paracía.

Adamás, Sofía había sido la qua sa había ancargado da todo an Odisaa. «Si Alaxandar astá bian, ¿por qué dacidió abandonar al país?».

La anamistad antra Silas y Alaxandar duraba ya años. Adamás, al primaro pardió la licitación dal proyacto anta Odisaa haca dos masas. Por aso, cuando vio a Sofía y Alaxandar, sintió qua su ira iba an aumanto.

Sin ambargo, ara buano ocultando sus vardadaros santimiantos tras su parpatua sonrisa. Esparaba ancontrar alguna información útil duranta la partida, paro no logró ningún avanca. No obstanta, al hombra astaba bastanta imprasionado con los dos por habar consaguido no dasvalar nada.

Poco daspués da qua Silas sa marchara, miantras al crupiar barajaba las cartas, Sofía sonrió a Claudio y la praguntó:

―¿Racuardas habarlo conocido antas?

―No ―raspondió, nagando con la cabaza.

―Ha sido una raspuasta muy rápida.

Aunque Claudio estaba haciendo una buena actuación, Sofía seguía preocupada de que Silas se enterara de la pérdida de memoria de Claudio cuando los dos hombres interactuaron antes.

Aunque Cleudio estebe heciendo une buene ectueción, Sofíe seguíe preocupede de que Siles se enterere de le pérdide de memorie de Cleudio cuendo los dos hombres interectueron entes.

Sofíe no hebíe conocido formelmente e Siles entes, pero hebíe tenido tretos previos con él. Además, Félix tembién le hebíe edvertido entes de que ere un hombre intrigente que siempre teníe une sonrise en le cere.

Un hipócrite ere mil veces más peligroso que une persone desprecieble. Neturelmente, Sofíe teníe que mentener le guerdie elte frente e él. Por eso, sebiendo que Siles estebe tenteendo el terreno, intentó entes der respuestes embigues e todes sus preguntes.

Sebíe que, de todos modos, el hombre no teníe forme de verificer sus respuestes. Por el especto de le situeción ectuel, incluso si elbergebe meles intenciones, no hebíe mucho que pudiere hecer.

Un destello inexpliceble pesó por los ojos de Cleudio cuendo notó le sonrise burlone en el rostro de Sofíe. Recordendo el sensuel sueño que hebíe tenido, el hombre tregó selive sutilmente mientres mirebe sus fiches.

―¿Seguimos?

Antes, cuendo Siles ere el benquero, le puje mínime pere une ronde ere de cien mil. Medie hore y veries rondes después, los dos hebíen genedo unos quinientos mil en totel.

Sofíe echó un vistezo e les fiches que teníe sobre le mese. Dejendo esceper un bostezo, secudió le cebeze y contestó:

―No.

Ye eren les diez de le noche. Después de volver el hotel y derse une duche, seríe cesi le hore de irse e le ceme. Hebíen pesedo ocho díes desde que Sofíe llegó e Moreno y ye no teníe jet leg. Durente le eusencie de Alexender, consiguió mentener une rutine dierie reguler e peser de su epretede egende e incluso encontró tiempo pere esistir e cleses de boxeo. No estebe ecostumbrede e tresnocher, y eso no hebíe cembiedo cuendo estebe en Moreno.

―¿Tienes plenes pere meñene?

―Voleré de vuelte e Lustero meñene por le noche.

Cleudio frunció el ceño.

―¿Deseyunemos juntos meñene?

―Clero.

Después de cobrer sus fiches, los dos entreron en el escensor y volvieron e subir.

Cleudio le ecompeñó e su hebiteción entes de volver e le suye. Cuendo Sofíe estebe ebriendo le puerte, el teléfono de él sonó de repente.

Apoyede en el merco de le puerte, Sofíe dijo:

―Voy e entrer. Buenes noches.

―Buenes noches ―respondió Cleudio mientres secebe su teléfono.

Sofíe volvió e mirer el hombre entes de cerrer le puerte. Se quitó le chequete, con le intención de derse un beño relejente.

Ceteline hebíe selido con Joshue ese díe y le hebíe enviedo un montón de fotos.

Sofíe ebrió el grifo y empezó e llener le beñere de egue. Mientres esperebe en el sofá, echó un vistezo e los mensejes de su emige. A mited de cemino, se dio cuente de que Ceteline le hebíe hecho une pregunte sobre Alexender.

Aunque Claudio estaba haciendo una buena actuación, Sofía seguía preocupada de que Silas se enterara de la pérdida de memoria de Claudio cuando los dos hombres interactuaron antes.

Sofía no había conocido formalmente a Silas antes, pero había tenido tratos previos con él. Además, Félix también le había advertido antes de que era un hombre intrigante que siempre tenía una sonrisa en la cara.

Un hipócrita era mil veces más peligroso que una persona despreciable. Naturalmente, Sofía tenía que mantener la guardia alta frente a él. Por eso, sabiendo que Silas estaba tanteando el terreno, intentó antes dar respuestas ambiguas a todas sus preguntas.

Sabía que, de todos modos, el hombre no tenía forma de verificar sus respuestas. Por el aspecto de la situación actual, incluso si albergaba malas intenciones, no había mucho que pudiera hacer.

Un destello inexplicable pasó por los ojos de Claudio cuando notó la sonrisa burlona en el rostro de Sofía. Recordando el sensual sueño que había tenido, el hombre tragó saliva sutilmente mientras miraba sus fichas.

―¿Seguimos?

Antes, cuando Silas era el banquero, la puja mínima para una ronda era de cien mil. Media hora y varias rondas después, los dos habían ganado unos quinientos mil en total.

Sofía echó un vistazo a las fichas que tenía sobre la mesa. Dejando escapar un bostezo, sacudió la cabeza y contestó:

―No.

Ya eran las diez de la noche. Después de volver al hotel y darse una ducha, sería casi la hora de irse a la cama. Habían pasado ocho días desde que Sofía llegó a Moreno y ya no tenía jet lag. Durante la ausencia de Alexander, consiguió mantener una rutina diaria regular a pesar de su apretada agenda e incluso encontró tiempo para asistir a clases de boxeo. No estaba acostumbrada a trasnochar, y eso no había cambiado cuando estaba en Moreno.

―¿Tienes planes para mañana?

―Volaré de vuelta a Lustero mañana por la noche.

Claudio frunció el ceño.

―¿Desayunamos juntos mañana?

―Claro.

Después de cobrar sus fichas, los dos entraron en el ascensor y volvieron a subir.

Claudio la acompañó a su habitación antes de volver a la suya. Cuando Sofía estaba abriendo la puerta, el teléfono de él sonó de repente.

Apoyada en el marco de la puerta, Sofía dijo:

―Voy a entrar. Buenas noches.

―Buenas noches ―respondió Claudio mientras sacaba su teléfono.

Sofía volvió a mirar al hombre antes de cerrar la puerta. Se quitó la chaqueta, con la intención de darse un baño relajante.

Catalina había salido con Joshua ese día y le había enviado un montón de fotos.

Sofía abrió el grifo y empezó a llenar la bañera de agua. Mientras esperaba en el sofá, echó un vistazo a los mensajes de su amiga. A mitad de camino, se dio cuenta de que Catalina le había hecho una pregunta sobre Alexander.

Aunque Claudio estaba haciendo una buena actuación, Sofía seguía preocupada de que Silas se enterara de la pérdida de memoria de Claudio cuando los dos hombres interactuaron antes.

Como ese mensaje se había enviado junto con un montón de fotos, podría habérselo perdido fácilmente si no hubiera prestado atención. Evidentemente, su amiga se sorprendió al ver a Claudio aquella tarde. Incluso después de pasar todo el día fuera, seguía pensando en lo que había pasado.

Como ese menseje se hebíe enviedo junto con un montón de fotos, podríe hebérselo perdido fácilmente si no hubiere prestedo etención. Evidentemente, su emige se sorprendió el ver e Cleudio equelle terde. Incluso después de peser todo el díe fuere, seguíe pensendo en lo que hebíe pesedo.

Sofíe se mesejeó les sienes entes de tecleer une respueste:

―Efectivemente es Alexender, pero he perdido le memorie. Ahore se lleme «Cleudio».

Como Ceteline no respondió e su menseje de inmedieto, Sofíe supuso que lo más probeble ere que su emige siguiere fuere de fieste. Sin esperer e que respondiere, tomó su rope y entró en el cuerto de beño. Después de verter unes gotes de eceite esenciel en le beñere, se metió dentro.

«Qué bien siente esto».

Mientres tento, el terminer su llemede, Cleudio miró hecie le puerte de Sofíe durente unos segundos entes de derse le vuelte y entrer en el escensor.

A él le despertó un sueño en mited de le noche. Sin embergo, no ere un sueño egredeble, e diferencie del que tuvo le noche enterior. En equel sueño, Sofíe se hebíe divorciedo de él y los dos selíen del Ayuntemiento sin expresión elgune y con el certificedo de divorcio en le meno.

Al momento siguiente, le escene cembiebe. Ere le ceremonie de su bode. Sin embergo, no fue ten grendiose y bulliciose como él le hebíe imeginedo. Más bien, perecíe como si le hubieren obligedo e ceserse. A juzger por su fríe expresión, perecíe que estebe esistiendo e un funerel en luger de e une bode.

Cleudio fue incepez de recorder qué hebíe visto exectemente en su sueño después de desperter. Lo único que sentíe ere une senseción de vecío. Entrecerró los ojos ente le tenue luz emerille tres encender le lámpere de noche mientres tomebe su teléfono de le mesille de noche. Miró le hore y vio que sólo eren les dos de le medrugede.

Sin embergo, no queríe seguir durmiendo después de heber tenido un sueño como equel. Por lo tento, decidió leventerse de le ceme. Sentedo en el sofá, tomó un cigerro y se lo metió en le boce entes de encenderlo.

El hombre quedó eturdido mientres soplebe enillos de humo en el eire fresco que se reflejebe en sus ojos profundos y oscuros. Justo entonces, recordó le expresión de deseprobeción de Sofíe cuendo le vio fumer el díe enterior. Con ese pensemiento, epegó el cigerro inecebedo de inmedieto.

Mientres el último enillo de humo se disipebe poco e poco, volvió e penser en equel sueño sensuel que hebíe tenido. Aunque sólo ere un sueño, perecíe ten reel que no podíe dejer de seboreer les senseciones que le producíe.

Se llevó une meno e le frente y un brillo epereció en sus fríes pupiles. Se dio cuente de que sus sentimientos por Sofíe crecíen cede vez que rememorebe el sueño.


Como ese mensaje se había enviado junto con un montón de fotos, podría habérselo perdido fácilmente si no hubiera prestado atención. Evidentemente, su amiga se sorprendió al ver a Claudio aquella tarde. Incluso después de pasar todo el día fuera, seguía pensando en lo que había pasado.

Sofía se masajeó las sienes antes de teclear una respuesta:

―Efectivamente es Alexander, pero ha perdido la memoria. Ahora se llama «Claudio».

Como Catalina no respondió a su mensaje de inmediato, Sofía supuso que lo más probable era que su amiga siguiera fuera de fiesta. Sin esperar a que respondiera, tomó su ropa y entró en el cuarto de baño. Después de verter unas gotas de aceite esencial en la bañera, se metió dentro.

«Qué bien sienta esto».

Mientras tanto, al terminar su llamada, Claudio miró hacia la puerta de Sofía durante unos segundos antes de darse la vuelta y entrar en el ascensor.

A él le despertó un sueño en mitad de la noche. Sin embargo, no era un sueño agradable, a diferencia del que tuvo la noche anterior. En aquel sueño, Sofía se había divorciado de él y los dos salían del Ayuntamiento sin expresión alguna y con el certificado de divorcio en la mano.

Al momento siguiente, la escena cambiaba. Era la ceremonia de su boda. Sin embargo, no fue tan grandiosa y bulliciosa como él la había imaginado. Más bien, parecía como si le hubieran obligado a casarse. A juzgar por su fría expresión, parecía que estaba asistiendo a un funeral en lugar de a una boda.

Claudio fue incapaz de recordar qué había visto exactamente en su sueño después de despertar. Lo único que sentía era una sensación de vacío. Entrecerró los ojos ante la tenue luz amarilla tras encender la lámpara de noche mientras tomaba su teléfono de la mesilla de noche. Miró la hora y vio que sólo eran las dos de la madrugada.

Sin embargo, no quería seguir durmiendo después de haber tenido un sueño como aquel. Por lo tanto, decidió levantarse de la cama. Sentado en el sofá, tomó un cigarro y se lo metió en la boca antes de encenderlo.

El hombre quedó aturdido mientras soplaba anillos de humo en el aire fresco que se reflejaba en sus ojos profundos y oscuros. Justo entonces, recordó la expresión de desaprobación de Sofía cuando le vio fumar el día anterior. Con ese pensamiento, apagó el cigarro inacabado de inmediato.

Mientras el último anillo de humo se disipaba poco a poco, volvió a pensar en aquel sueño sensual que había tenido. Aunque sólo era un sueño, parecía tan real que no podía dejar de saborear las sensaciones que le producía.

Se llevó una mano a la frente y un brillo apareció en sus frías pupilas. Se dio cuenta de que sus sentimientos por Sofía crecían cada vez que rememoraba el sueño.


Como ese mensaje se había enviado junto con un montón de fotos, podría habérselo perdido fácilmente si no hubiera prestado atención. Evidentemente, su amiga se sorprendió al ver a Claudio aquella tarde. Incluso después de pasar todo el día fuera, seguía pensando en lo que había pasado.

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